Las
consecuencias que producen las fumigaciones sobre la salud y la vida de las
personas expuestas involuntariamente a estas prácticas poseen la suficiente
entidad como para ser calificadas como crímenes de lesa humanidad.
El caso de barrio
Ituzaingó Anexo, en la ciudad de Córdoba, o juicio a las
fumigaciones, posee la enorme virtud no sólo de haber puesto en el banquillo de
los acusados a dos productores sojeros y un empresario de la aeroaplicación
sindicados de ser supuestamente responsables del delito de contaminación
ambiental en los términos de la ley 24.051. Además, ha permitido vislumbrar en
toda su magnitud la discusión sobre el actual modelo de producción agropecuaria
basado sobre la utilización del paquete tecnológico compuesto por soja
transgénica más productos agrotóxicos.
Este “modelo de producción” es cuestionado de manera profunda y fundada por la
sociedad civil, principalmente por vecinos que habitan cerca de los predios
rurales explotados con cultivos de soja, organizaciones ambientales,
movimientos campesinos y pueblos originarios.
Ellos advierten y denuncian en forma enfática la aparición inusitada de
enfermedades graves –como malformaciones, cánceres, leucemia, lupus, abortos
espontáneos, fisura palatina, etcétera– asociadas con el uso creciente e
intensivo de estos productos agrotóxicos.
Las favorables condiciones externas y los precios internacionales dieron lugar
al pujante negocio de la “sojización”, es decir, el proceso de pasar de cero a
18 millones de hectáreas cultivadas, de cero a 50 millones de toneladas, de
cero a 20 mil millones de dólares de exportación, y de un consumo de cero a 200
millones de litros anuales de glifosato.
Pero lo que resulta alarmante es la contracara de este proceso, representada
por la aparición y el incremento de enfermedades graves asociadas con el uso
intensivo y creciente de los productos agrotóxicos, el desmonte y la
desaparición de los bosques nativos, el despojo de campesinos y pueblos
originarios. Todo lo cual viola derechos humanos fundamentales, como el derecho
a la salud, a la vida, a vivir en un ambiente sano y a la posesión y propiedad
comunitaria de las tierras que ocupa esa gente.
Víctimas. La Red Agroforestal precisa que en el Chaco argentino se contabilizan
11,4 millones de hectáreas en disputa, y en todo el país existen víctimas de la
violación a los derechos territoriales, como los siguientes casos:
Sandra Juárez murió frente a una topadora el 13 de marzo de 2010, en el paraje
campesino de San Nicolás (Santiago del Estero); tenía 33 años y dos hijos.
Javier Chocobar, comunero diaguita de comunidad Chuschagasta (Tucumán), fue
asesinado el 12 de octubre de 2009 por ex policías y un empresario que
pretendían hacer uso de una cantera dentro del territorio comunitario.
Roberto López, miembro de la comunidad Potae Napocna Navogoh (La Primavera, de
Formosa), fue asesinado en la represión policial del 23 de noviembre de 2010.
Cristian Ferreyra, 23 años, militante del Movimiento Campesino de Santiago del
Estero (Mocase-Vía Campesina), fue asesinado el 16 de noviembre de 2011 en el
paraje San Antonio, en el norte de esa provincia.
Barrio Ituzaingó Anexo: más de 100 vecinos muertos por cáncer (tasa de muerte
por cáncer, 33 por ciento; en Argentina, 18 por ciento); el 80 por ciento de
niños del barrio tienen agrotóxicos en la sangre.
Por su parte, la subsecretaría de Agricultura Familiar, en un relevamiento de
apenas tres meses, constató la existencia de “857 conflictos de tierra en todo
el país, que afectan a 63.843 familias e involucran 9,3 millones de hectáreas”.
Todos los conflictos por tierras obedecen al corrimiento de la frontera
agropecuaria en la Argentina.
Objetivo ilógico. La superficie en disputa alcanza los 11,4 millones de
hectáreas y son afectados 1,6 millón de personas. Sumado a ello, el Plan
Estratégico Agroalimentario (PEA), presentado recientemente por el Gobierno nacional,
entre otros objetivos, se plantea aumentar la producción granaria un 60 por
ciento. Esto es, pasar de los 100 millones de toneladas actuales a 160 millones
para 2020. Reconoce la necesidad de avanzar sobre nuevos territorios.
Desmontes, uso de agrotóxicos, conflictos territoriales y desalojos son las
consecuencias más predecibles.
Por eso nos preguntamos: ¿cuántos hermanos más deben morir para acabar con este
modelo de producción que cada día enferma y mata a más gente? Más
específicamente, en materia de fumigaciones se estima que son 12 millones de
personas las que se encuentran expuestas de modo directo, sistemático,
repetitivo y generalizado a los agrotóxicos, cuyas consecuencias en la salud y
el ambiente se están discutiendo por estos días en sede judicial en la ciudad
de Córdoba, en el marco de la denominada “Causa de barrio Ituzaingó Anexo”.
Crímenes. Por todo ello, decimos que las consecuencias que producen las
fumigaciones sobre la salud y la vida de las personas expuestas
involuntariamente a estas prácticas poseen la suficiente entidad como para ser
calificadas como crímenes de lesa humanidad. Ello por cuanto se trata de actos
serios de violencia que dañan a los seres humanos privándolos de lo más
esencial: su vida, su libertad, su bienestar psíquico, su salud y/o dignidad.
Son actos que, por su extensión y gravedad, van más allá de los límites
tolerables por la comunidad internacional.
En tal sentido, podemos afirmar con claridad que los elementos comunes a todos
los crímenes de lesa humanidad están igualmente presentes en el caso de las
fumigaciones.
Ataque repetitivo, sistemático y generalizado: las fumigaciones implican,
entonces, una serie de actos, sostenidos en el tiempo, no menos de tres por
cosecha, realizados en contra de la voluntad de ciudadanos que viven cerca de
los campos sembrados con soja. Dicha línea de conducta afecta anualmente a
miles de víctimas en el mundo, sin distinguir raza, sexo y edad, y se lleva a
cabo conforme con la logística diseñada por organizaciones transnacionales
dedicadas al comercio de estos paquetes tecnológicos (soja transgénica y
glifosato).
Contra una población civil: las fumigaciones afectan a un extenso grupo humano,
sin distinción de credo, raza y edad.
Importa el traslado forzoso de la población civil rural, campesina y pueblos
originarios hacia centros urbanos o más alejados de su hábitat natural, con el
propósito de escapar a estas agresiones, abandonando su centro de vida, su
cultura, etcétera, condenándolos al desarraigo más encarnizado.
En definitiva, es imprescindible abandonar el actual modelo de producción que
sólo persigue la maximización de las ganancias por parte de las empresas
multinacionales, empresarios sojeros y pools de siembra, en detrimento de la
salud pública de todos los habitantes y del medio ambiente en general.
Por Adolfo Pérez Esquivel (Premio Nobel de la Paz)
31/07/2012
No conozco la fuente, en caso de problema dejar mensaje.
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